Daniel Chaparro Díaz, hijo del periodista Julio Daniel Chaparro asesinado en abril de 1991, leyó un emotivo discurso en memoria de su padre durante la ceremonia en la que el Estado reconoció su responsabilidad en el crimen. El Espectador reproduce sus palabras.
El periodista Julio Daniel Chaparro y el fotorreportero Jorge Enrique Navas fueron asesinados el 24 de abril de 1991 en Segovia (Antioquia), mientras realizaban un reportaje para El Espectador sobre la guerra y las masacres en Colombia. Treinta y cuatro años después del doble homicidio, el Estado reconoció su responsabilidad en el crimen y se comprometió a cumplir una serie de medidas para reparar a las familias y esclarecer los hechos.
Daniel Chaparro Díaz, hijo del periodista y poeta, recordó a su padre durante la ceremonia en la que el Estado reconoció oficialmente su culpa, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Reproducimos sus palabras en memoria de los comunicadores de este diario:
Es fácil.
En el caso de Julio Daniel Chaparro y Jorge Torres, en el doble homicidio, no se investigó el asesinato de dos periodistas. (punto).
¿Qué hacían allí? ¿A quiénes buscaban? ¿cuál era su periodismo? ¿tenían alguna amenaza? ¿dónde poder seguir sus últimos pasos?
20 años después del asesinato de mi padre hablé con el fiscal que llevaba el caso, lo tenía cerca de 10 años atrás, cuando fue trasladado de la Fiscalía de Medellín a Bogotá. Me dijo algo que me cuesta olvidar por su contenido y forma: “ahh, pero su padre trabajaba en una sección cultural”. Su gesto más que una aseveración, dictaba sentencia. Repliqué: “pero estaba investigando en pueblos donde hubo masacres, estaba haciendo un especial que se llamaba lo que la violencia se llevó”.
No lo sabía. Su expresión lo delataba.
Hace cuatro meses hablé con el tercer fiscal que lleva el caso de Libardo Montenegro, periodista asesinado en Samaniego, Nariño, en 2019. El fiscal me habló largamente de arduo trabajo para identificar las placas de la moto que llevaba a los sicarios. De la hipótesis del antiguo novio de la pareja del periodista.
Le hablé del programa de paz que Libardo tenía en la emisora. No lo sabía. “Me puede allegar esa información” dijo. En su mirada sorprendida y desubicada vi los mismos ojos que había encontrado en el fiscal que lleva el caso de mi padre.
Pensé en la placa de esa moto, en el arduo trabajo de investigar el número telefónico al que los periodistas (Julio Daniel y Jorge) llamaron desde las residencias Fujiyama de Segovia a Medellín. Pensé en la justicia como un perro chiquito, torpe y distraído que da vueltas para morderse su diminuta cola. Pensé en enviarles de regalo a los fiscales huesos de carnaza para cachorros. Lo pensé. No lo hice.
Se dice fácil, pero es ignorancia, incompetencia, impunidad. (punto).
Se complica.
¿Cuáles fueron las consecuencias de ese doble homicidio en Segovia? ¿Cómo medir la anchura de ese silencio? ¿cómo suena su eco en ese gran cañón que nos dejó su ausencia?
Claudia Julieta Duque me dijo un día, “si con Jaime Garzón mataron el humor político en Colombia, Con Julio Daniel mataron la crónica periodística, esa corta, que se escribe en un periódico”. Sí, esas fueron sus palabras exactas.
German Rey, el investigador principal de “La palabra y el silencio”, me dijo: el daño causado con el caso del asesinato de su padre es claro, se afectó la estética en periodismo. Sí, esas fueron sus palabras exactas.
Hace tres años, en un encuentro virtual de la Comisión de la Verdad, José Navia dijo: “Yo quiero aprovechar que aquí está el hijo de Julio Daniel, para decirle, que ese doble homicidio, el de su padre y Jorge, tuvo un impacto enorme para los medios nacionales, yo trabajaba en El Tiempo, y dejamos de hacer reportería en esas zonas calientes. El mensaje fue claro, ya no les importaba asesinar a periodistas de medios nacionales”. La verdad, no sé si esas fueron sus palabras exactas, pero deben estar muy cerca.
La verdad y la memoria son un camino largo. Cuánto nos falta por caminar, cuánto hemos errado en ese camino, cómo se mide el kilometraje andado.
Se hace imposible.
En el 2011 conocí a Eduardo Halfon, un querido y brillante escritor guatemalteco. Le hablé de mi padre, de la tarea pendiente de hacer algo con su historia y sobre las dudas del formato que esa historia debía tener. También le hablé de mi tesis de maestría, de la fragilidad del recuerdo, de los siete recuerdos con mi padre que se me iban escurriendo en mi memoria. Me dijo: No me interesa la historia de él, sino la tuya buscándolo.
¿Cómo escribir sobre esa búsqueda? ¿Cómo hacerlo sobre el encuentro? ¿En dónde encontramos al padre ausente?
En 2017 escribí un texto largo y confuso, visceralmente autobiográfico. Una autopsia personal que sólo se detenía cuando escribía sobre los recuerdos compartidos con mi padre. Salieron ocho. Traigo tres.
Recuerdo 3: Sogamoso
El recorrido para llegar a la laguna se me ha hecho eterno, me hablaron tanto de ella que tuve impaciencia de llegar durante todo el camino. Aquí hay una gente que mi papá quiere entrevistar, yo de eso no me entero mucho, pero él habla con muchas personas, mientras desayunamos, cuando vamos en el carro, cuando estamos en cualquier sitio. La laguna se llama Tota, tiene una playa de arena blanca y fina, también muy fría, pero yo logro escaparme de mi padre y su parloteo, y juego con la arena y el agua fría. Helada.
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Vamos caminando junto al fotógrafo y mi padre por una de las calles de Sogamoso, la neblina nos cubre con tal intensidad que no vemos más allá de nuestros próximos pasos. El frío es de espanto, me congelo y eso que tengo mi saco blanco, el del barquito azul en el medio. Trato de ponerme las manos en el bolsillo del pantalón, como mi padre me dice, pero me cuesta encontrar los bolsillos, mis dedos son como pequeños palos de hielo. Cuesta caminar. Vamos pasando por un parque, después de pasarlo mi padre me muestra una casa, me dice que era antes un teatro, y que ahí, en el segundo piso nació él. Me imagino a mi abuela teniendo a mi papá en un teatro. La idea me parece fantástica. La niebla disminuye, puedo ver la casa y el segundo piso donde mi padre nació, o dice haber nacido.
Recuerdo 7: Feria del Libro
Estoy solo en la Feria del Libro de Bogotá en un salón grande con otros niños. Mi padre me ha dejado aquí, espero que vuelva de regreso.
Recuerdo 8: En el parque
Estamos jugando en la segunda cancha del parque, la que más me gusta. Hoy valgo por dos y vamos ganando. A lo lejos noto que mi mamá me llama, a veces pasa en el descanso, pero casi nunca lo hace. Hoy para sorpresa adicional, no está sola, viene con mi padre, que sé que debe salir por temas de trabajo de Bogotá. Están en la parte de la calle, mi papá lleva una camisa amarilla y mi madre una blusa azul, tiene a mi hermano en sus brazos. Me trajeron una manzana y una Pony Malta. Me pone muy contento ver a mi papá aquí, creo, si no me equivoco, que es la primera vez que viene a verme al colegio.
Yo me despido de mi mamá y de mi papá, y aunque me llama Óscar para que siga jugando, yo no dejo de mirar a mi papá, que se va con mi mamá y mi hermano. Me quedo viéndolos caminar hasta que termina la cuadra y doblan a la derecha. Hoy es miércoles 24 de abril de 1991, mañana tengo examen de español.
Esta es “la mariposa que aletea y no cesa de cantar entre las llamas”.
Esto somos: una mariposa que aletea en medio de un país de corazones de ceniza.
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